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Reseña: BEAU TIENE MIEDO

Sinopsis: Beau, es un hombre cuyos miedos y paranoias se harán realidad al aventurarse en una épica odisea para llegar a casa de su controladora madre.

Una de las películas que más va a dar que hablar este año, para bien o para mal, es Beau tiene miedo, probablemente el trabajo más ambicioso y personal de Ari Aster hasta la fecha. Un viaje freudiano y surrealista al fondo de la culpa y el miedo desde el punto de vista de un Beau (Joaquin Phoenix que está, sencillamente, soberbio. Tras Midsommar y Hereditary, la expectación es máxima, tanto por los amantes de las dos películas anteriores del director, como por todos los que odian su cine y no acaban de asimilar la obsesión de culto por su dupla dentro del cine de terror. Su nuevo esfuerzo no tendrá el impacto de las anteriores, pero es la obra de un genio. Dividirá, enfadará, llenará las redes de memes y seguramente se la pegue en taquilla.

Y es que Beau tiene miedo es una producción totalmente kamikaze para A24. Inicialmente con tres horas de duración, las presiones para conseguir un montaje de tres han terminado en uno de los largometrajes más inclasificables de los últimos años, no precisamente de terror, ni tampoco una comedia, pero con todo el humor venenoso y la imaginería macabra de su autor. Una odisea psicológica llena de momentos perturbadores y extraños que desafían cualquier categoría o lógica narrativa convencional y que se parece más a los cortos de Aster que a sus conocidos éxitos. Tan incómoda como The Strange Thing About the Johnsons (2011), parece una mezcla temática del germen original, Beau (2011), y Munchausen (2016), en la que ya presentaba un vínculo maternal disfuncional y un síndrome que aquí no se muestra, pero está implícito en los comportamientos de su personaje principal.

A pesar de todo, sus fans no deben preocuparse, puesto que en sus 180 minutos se adivinan muchos motivos de sus anteriores películas: la decapitación, la ansiedad del trauma, los funerales, la memoria reprimida, la maternidad monstruosa, crueles muertes por intoxicación, los desvanes (de trampilla) con secretos ocultos e incluso un guiño directo al Ättestupa. Pero en esencia, la película es una suma de peripecias introspectivas en un mundo kafkiano absolutamente subjetivo en el que Aster se pone el traje de Roy Andersson o Charlie Kauffman durante una serie de “capítulos” que contienen innumerables pistas y enigmas para resolver un gran puzzle de pesadilla.

No es fácil encontrar películas con una realidad maleable como la de Beau en el cine de estreno en salas actual, lo más cercano podría ser una mezcla entre la comedia absurda y momentos grotescos de Under the Silver Lake (2018) y la permeabilidad al absurdo de Madre (2017). Sin embargo, el caleidoscopio de recuerdos, fobias y subconsciente reprimido hecho realidad tiene más que ver con el esquivo cine de Wojciech Jerzy Has y épicas oníricas como  Osobisty pamietnik grzesznika przez niego samego spisany (1986) y El Sanatorio de la Clepsidra (1973), con su viaje rozando el terror a los recodos de una vida. También conecta con el Fellini onírico de Julieta de los espíritus (1965) y hasta cierto punto con el cine psicodélico y los viajes al subconsciente, desde The Trip (1967) de Roger Corman al Terry Gilliam de Miedo y asco en las vegas (1998).

Probablemente la influencia más clara en Aster son los cómics de Daniel Clowes, especialmente sus retratos de personajes patéticos y marginales como Wilson y Pussey, pero al mismo tiempo no deja de abrazar las épicas surreales con narrativa encajonada y críptica de Como un guante de seda forjado en hierro a David Boring. Como la obra otros cineastas independientes como Todd Solondz y David Robert Mitchell, Beau is Afraid comparte con el autor underground su misantropía, humor corrosivo y una sensación alienante que busca, por encima de todas las cosas, maltratar al espectador, recordarle que la incomodidad que experimenta en pantalla —esa monstruosa escena de sexo a ritmo de Mariah Carey—es inherente a lo humano. Por algo el dibujante ha diseñado el logo de la productora de Aster.

La sensación tras acabar la película es que se abre la venda que impedía ver al verdadero autor de Hereditary y Midsommar, donde no falta la escatología que ya mostraba en piezas como TDF Really Works (2011), y que coloca a Aster en una liga de directores con un mundo propio intransferible, llevando el riesgo a un nivel cercano al suicidio comercial como lo hizo Southland Tales (2006) o la impenetrable Inherent Vice (2014), también protagonizada por Phoenix. Pero, de alguna manera, Beau tiene miedo no deja ese regusto a broma interna cerrada, sino que invita a desarmar sus significados y disfrutar de una puesta en escena cuidada y dinámica, ejecutada con una fotografía de Pawel Pogorzelski, con texturas cada vez más tenebrosas conforme el personaje se adentra en la deriva, a la que acompaña una banda sonora majestuosa y sombría de Bobby Krlic. Guste más o menos, su sola existencia es una apuesta sin miedo por no encajar en esquemas y fórmulas que debería aplaudirse de forma incondicional, pero en el peor de los casos está llamada a convertirse en la película de culto entre las películas de culto de su director.

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